Viaje al fondo de la autovía que no termina de llegar
Como si el tiempo se hubiera detenido, la autovía del Duero (A-11) ha sido una de las protagonistas de la campaña electoral que concluye en Soria para elegir al nuevo Gobierno de España, convertida en punto de discordia de las principales formaciones en liza, las mismas que durante dos décadas no han sabido ejecutar una infraestructura llamada por todos en 1991 a vertebrar la Comunidad castellano-leonesa, las mismas que han tenido ocasión en este tiempo de demostrarnos que la autovía era algo más que prioritaria, era simplemente una realidad incuestionable.
Pocos casos habrá en el mapa de las infraestructuras, no ya de Castilla y León, sino de España, que una autovía sufre tantos retrasos, inconvenientes, zancadillas, intereses y torpezas. De nada le ha servido a la A-11 que estuviera llamada a ser el primer gran corredor de alta capacidad en la región, porque la cruda realidad le ha llevado a verse superada, por la derecha y por la izquierda, por otros trazados en principio menos prioritarios. Se cierra una nueva legislatura con la constatación de una grave crisis económica y financiera, en el que el nuevo Gobierno tendrá que aplicarse y que condicionará, sin duda, la planificación de las infraestructuras. En ella, la autovía del Duero necesita no ya compromisos ciertos, como se nos ha vuelto a prometer, sino financiación real. Para que la autovía deje de estar en el camino y se convierta en una realidad, el Gobierno debe esforzarse por concentrar sus inversiones en infraestructuras en la región en la autovía del Duero, en lugar de repartir migajas entre todas las provincias.