LAS ELECCIONES MUNICIPALES y autonómicas celebradas el pasado 22 de mayo pasarán a la historia de la democracia española, más allá de los resultados del escrutinio, por la movilización suscitada en las plazas de las principales ciudades por un movimiento ciudadano forjado al calor de internet y las redes sociales, que busca de una vez por todas soluciones para mejorar el sistema democrático que nos dimos todos hace tres décadas. La movilización ha sido bien recibida en líneas generales no sólo por los jóvenes -principales afectados por un futuro económico incierto- sino por buena parte de la sociedad que está convencida que el sistema democrático actual es mejorable y que es ineludible afrontar cambios en el horizonte político inmediato. Hay, ciertamente, motivos para que un sector importante de la sociedad se sienta indignado ante los episodios que protagonizan los partidos políticos o la clase política, convertida a veces más en una casta con privilegios que parecen intocables, cuando su poder está simplemente delegado, precisamente, por el pueblo al que representan. Que los representantes públicos salgan mal parados de las encuestas y sondeos no es un asunto para tomar a broma; conviene que de una vez los principales partidos políticos tomen en consideración lo que la movilización ciudadana supone y hagan lo posible para estudiar y aprobar medidas que profundicen en la regeneración democrática, una condición indispensable para que muchos electores recuperen la confianza. Es un paso que hay que dar para fortalecer el sistema democrático.