Cuando el debate político es simple descalificación
Afalta de nuevos proyectos y realizaciones, los partidos políticos -en especial los mayoritarios- se han sumergido estos días en un mar de descalificaciones, ante el malestar de los ciudadanos.
A falta de un año para las próximas elecciones municipales y autonómicas, la clase política demuestra una vez más que mira más sus intereses partidistas que la de sus gobernados, acuciados muchos de ellos por una crisis económica sin precedentes. El subdesarrollo político afecta desde el más humilde militante al mejor retribuido de nuestros políticos. La estrategia de comunicación de los partidos políticos se reduce a debates sin profundidad, con demasiada descalificación al oponente político y poca capacidad de autocrítica. Si existen mil y una manera de decir las cosas, sólo la falta de talento de muchos de nuestros representantes puede justificar el insulto a granel al que condenan a los ciudadanos. Por mal camino vamos todos si estos responsables políticos -bien remunerados, por lo demás- siguen alimentando la descalificación, en lugar de usar mejor el lenguaje y exponer sus ideas, sin necesidad de buscar la confrontación estéril y permanente con el contrario, como única forma de eludir sus propias responsabilidades y distraer a la opinión pública. Es urgente rescatar la decencia pública y el buen decir, para lo que nuestros representantes deberían hacer un esfuerzo para renunciar al sendero de las descalificaciones cotidianas -el tu-más siempre tiene camino de retorno- y abrir espacios para el encuentro, en los que la sociedad avance y se sienta reflejada.