Abejar revive el carnaval más antiguo de la provincia
Álvaro Lapresta y Diego Altelarrea ejercen de barroseros
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Álvaro Lapresta y Diego Altelarrea se han vestido hoy de barroseros para recorrer las calles de Abejar, pueblo soriano de apenas cuatrocientos habitantes, y revivir el carnaval más antiguo que se celebra en la provincia de Soria en el que se escenifica el ciclo sagrado de la vida.
Álvaro y Diego se han turnado durante la mañana y la tarde para transportar la barrosa, un armazón de madera decorado con telas y con una cara de toro pintada en un extremo, coronada por cuernos reales.
Uno de ellos porta La Barrosa y el otro ha llegado el látigo que hace de guía y asusta a los más "atrevidos", además de portar una cesta para recoger donativos y viandas que ofrecen los vecinos en sus casas.
Barrosa y barroseros han recorrido esta población soriana con cuatrocientos vecinos, casa por casa, recogiendo donativos de los vecinos que servirán por la noche para la cena comunal de todo el pueblo, tras escenificar la muerte de la Barrosa.
La simbología de este ritual se debate, según han dejado escritos los etnógrafos, entre el rito iniciático y la ancestral relación del hombre y el animal.
El etnógrafo Julio Caro Baroja, en su artículo "Mascaradas de invierno en España y en otras partes", ubicó "La Barrosa" de Abejar junto a las denominadas "vaquillas", de características similares, cuya puesta en escena en tiempo de carnaval localiza en lugares tan dispares como Los Molinos y Miraflores de la Sierra (Madrid).
Sentimiento
"La Barrosa va dentro del sentimiento de los vecinos de Abejar; la fiesta se sigue manteniendo con la misma esencia que siempre", ha resaltado uno de los barroseros de este año, Diego Altelarrea.
Los barroseros visten camisa y calzón blanco con faja y corbata rojas, y van tocados con sombrero negro de ala ancha cuya copa rodea un lazo, también rojo, completando su atuendo con botas y polainas negra
En otro tiempo, según cuentan los vecinos de más edad, los barroseros tenían incluso costumbre de embestir por la calle a quienes no eran de su agrado y hasta se atrevían a sacar al cura a cornadas de la iglesia o irrumpir en un pleno del Consistorio local para acometer a los presentes sin que nadie pudiera rechistar