Sotillo del Rincón dedica su biblioteca a la recordada Emilia Latorre
Sotillo del Rincón ha inaugurado hoy su biblioteca dedicada a la ex-vicerrectora del campus de Soria y profesora Emilia Latorre.
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En la biblioteca se pueden consultar más de 4.000 volúmenes, entre lo donado por Emília Latorre, donaciones de particulares y vecinos y de otros municipios.
A la inauguración han asistido además de la corporación municipal de Sotillo del Rincón, el presidente y la vicepresidenta de la Diputación provincial, el alcalde de Soria, el concejal de Cultura del Ayuntamiento de Soria, que fue compañero de Emilia Latorre en el instituto, así como Jesús de Lozar, concejal también del Ayuntamiento de Soria.
Ana Latorre, en representación de la familia, ha leído un texto de su hermana Olga, sobrina de Emilia. Lo puede leer a continuación:
Sotillo olía a humedad y a invierno, a madera y a vacas.
Sonaba a campanas y a niños. A ranas y al río en verano.
A la voz alegre de Matilde y al viejo jeep naranja de Derek.
La casa de Sotillo olía a mermelada de mora y a libros.
Sonaba a música de un tocadiscos, a inglés cortado en tela escocesa.
Las baldosas saltaban en nuestro camino a la cocina.
Allí había una caja de flores naranja que contenía galletas para los niños.
Emilia nos arremolinaba el pelo y decía un apodo cariñoso.
Las galletas sabían a cerca y a lejos.
Los buhos nos miraban, chiquitos y grandes. En los rincones.
De todas partes. Tan sabios, tan cucos.
Derek leía en su mecedora y hacía algún comentario ingenioso.
Nuestra tía tejía algo y sonreía.
A veces soltaba una carcajada que llenaba el cuarto.
Llenaba los rincones. Llegaba hasta la casa vieja y los gatos.
Llenaba los silencios y los misterios infantiles.
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Era nuestra tía.
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Era amiga.
De grandes como Rosa y Angel.
Como Ana y Antonio.
De gente que la quería de verdad.
Era noble.
Buena. Generosa.
Buena en su trabajo.
Seria.
Escribía.
Traducía.
Leía, leía y leía.
Daba clases.
Preparaba clases.
Se preocupaba por los chavales.
Por su formación.
Por su suerte.
Se preocupó por ellos cuando la vida se marchaba de su cuerpo.
En unos sanjuanes hace once años.
Le susurré al oído te queremos mientras se iba. Pensé en quienes la queríamos.
Quise transmitir el amor que merecía, pero nunca pedía.
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¿A cuántos chavales la tía Emilia echo una mano para aprender, para crecer?
A estos los encarriló Emilia-dijo León detrás del mostrador, mirándome con ojos brillantes, y señalando a su hija.
Era muy buena, Emilia, añadió ella, me ayudó mucho. Era muy buena profesora.
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Creo que cada vez que se pronuncia su nombre un eco de admiración queda resonando. De respeto, de afecto, de orgullo por haberla conocido.
Por su sabiduría, por su grandeza, por su fuerza.
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Así que cuando hoy, mañana, cualquier día, cuando un chaval, quien sea… abra un libro de esta biblioteca que lleva su nombre, estará rindiendo un homenaje a Emilia.
A aquella mujer, a aquella profesora que era, esencialmente y en el buen sentido de la palabra, buena.
Olga Latorre Cristóbal